En la línea de los últimos documentos llevados a clase (Zambrano, razón y sentimiento; etc.) reproducimos un artículo sobre el 15-M que se basa precisamente en esa idea de razón emocionada que estamos manejando en el aula.
Juan Carlos Monedero
Profesor de Ciencia Política de la Universidad Complutense de Madrid
Ilustración de Dani Sanchís
“El 15-M es emocional, le falta pensamiento. Con emociones sólo, sin pensamiento, no se llega a ninguna parte”
Zigmunt Bauman
Saben los neurobiólogos que las pasiones residen en nuestro cerebro más primitivo. Toda decisión “racional” es antes “emocional”. Para contrarrestar una emoción negativa es menester tener “una emoción positiva muy fuerte”. No es una apuesta por la irracionalidad. Lo es por una “razón emocionada” para salir de las trampas de un mundo que dice que la protesta es terrorista, la risa subversiva, los parados perezosos, los estudiantes revoltosos y las mujeres reivindicativas, aligeradas. Disfrazarse de payasos para manifestarse contra los recortes sociales lleva a que las cargas de los antidisturbios validen no solamente el capital financiero, sino también la imagen de verdugos de Fofó y Miliki. Emocionalidad bien inteligente.
La izquierda sólo ha entusiasmado cuando se atrevió a brindar un mundo diferente, siempre poco concretado. “Libertad, igualdad y fraternidad” en la revolución francesa, “tierra y libertad” en la revolución mexicana, “pan, paz y trabajo” en la revolución rusa o “patria, socialismo o muerte” de los procesos cubano y venezolano. ¿Puede acaso hoy tumbarse la jaula de hierro del consumismo sin emocionar a quien va a serrar los barrotes?
El 15-M ha sido capaz de lograr lo imposible para ninguna internacional anterior: convocar la primera manifestación global contra el modelo capitalista. Un G-90. Tantos como países salieron a la calle a recuperar la democracia en donde nació: en las plazas. Un momento destituyente. Una pregunta, no una respuesta.
Frente al shock de la crisis, la reacción popular ante la dictadura de los mercados está teniendo derroteros diferentes a los tradicionales. La emoción del 15-M se parece a esa generosidad que nace de los desastres (el terremoto de México, Fukushima o los deslaves tras las lluvias). Entonces se suspenden los egoísmos. Se trata de luchar por lo básico. Ahí nace el optimismo. ¿Son acaso mejores los libros de autoayuda o la guía de las vanguardias? La alegría del 15-M desborda los diques de los partidos, de los sindicatos, de las instituciones. Los hace más útiles cuando rompe las constricciones del sindicalismo para defender la educación pública. Los desafía cuando es la misma ciudadanía la que vota y la que comparte la visión del 15-M.
Cuando un rayo cae en la noche, el campo se ilumina y hace visible lo que estaba oculto. No bastaría entornar los ojos. Hay demasiados velos. Es una cuestión de sensibilidad. La emoción hace que el dolor se convierta en saber, el saber en querer, el querer en poder y el poder en hacer. Un joven que se prende fuego porque le han quitado el medio de supervivencia, unos estudiantes que acampan en mitad de la ciudad, pobres que se enfrentan a ricos en el corazón de su caja de caudales, un desahucio al que se le ven las lágrimas, un presidente que miró a los ojos y luego engañó. Sólo la sensibilidad puede convocar a la razón ausente. Sólo la emoción puede romper la clausura del pensamiento lograda por la sobreinformación, el afán consumista, el miedo al futuro, la negación del pasado y la zozobra ante la incertidumbre y el castigo. Si el sistema sólo entiende de objetos –una hipoteca no satisfecha, una plaza universitaria costosa, un viejo o un enfermo que incrementa el déficit, un interino que encarece la deuda, una protesta que enfada a los bancos– la sensibilidad devuelve a su lugar a las personas.
¿Gobernar mañana? El 15-M tendría que firmar, como el Lenin de 1917, onerosos tratados de paz. Perdería territorio, pagaría reparaciones, lastraría su vuelo. Todavía no se dirime en esas lides. No es la respuesta a la esclerosis del capitalismo neoliberal y de la democracia representativa: es el diagnóstico de su enfermedad. ¿Para qué enfermarse con ellos? No es un partido ni debe ahora mismo serlo. Un partido es un medio para un fin. El 15-M es un fin en sí mismo: una gran conversación que a fuerza de saber lo que no quiere, va a terminar sabiendo lo que quiere.
Sin líderes, sin programa, sin estructura, el riesgo de desaparición en el reflujo está ahí. Pero la crisis del sistema y la imposibilidad de encontrar soluciones desde dentro va a seguir alimentando la búsqueda. Estructura no significa verticalismo. Es tiempo de una implicación social más horizontal. Hay que reinventar la gobernanza y hacerla democracia. Decisiones políticas nacidas de la discusión, ejecutadas por la organización y supervisadas por una discusión regresada abajo.
Frente a la libertad reclamada por el 68, ahora se reclama la igualdad. La naturaleza rota, el futuro incierto, la violencia cotidiana no soportan las diferencias. De ahí la fuerza de la camaradería en el 15-M. Por eso también la relevancia de las redes sociales, por su horizontalidad, por su relación entre iguales que se reconocen y tratan como tales.
En el 15-M confluyen veteranos castigados por el sistema y también clases medias enfadadas que, por vez primera, se han sentido tratadas como proletarios. En el maltrato se reconocen y se reinventan. Ahí se entiende parte de su amabilidad. La lucha contra el autoritarismo generó un tipo de partido. La Guerra Fría, otro. Del 15-M saldrán maneras diferentes de organizarse políticamente. Lo relevante será ver en qué medida se genera un viaje de ida y vuelta constante al movimiento que marque con su sello las formas de hacer política.
Frente a un capitalismo rígido y cada vez menos tolerante –nada líquido, con perdón de Bauman–, el 15-M articula inteligente su oposición. El sistema sabe defenderse cuando se le niega o se le combate, pero no sabe qué hacer cuando se ve desbordado. Es la estrategia del movimiento desde hace apenas cinco meses. Pone patas arriba las teorías de esos intelectuales ignorados por los pueblos insurgentes que afirman: “Si la realidad no se parece a la teoría, peor para la realidad”. Una realidad tozuda e irreverente, que, con perdón de los intelectuales consagrados y con el favor de los poetas, al igual que el rayo, no cesa.
Este artículo fué publicado en el diario Público el pasado sábado 5 de noviembre.
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