martes, 31 de enero de 2012

Contextos Tomás de Aquino

Mirar en este enlace información sobre la vida y contexto histórico y filosófico de Tomás de Aquino

Contexto filosófico Tomás de Aquino

CONTEXTUALIZACION FILOSOFICA

Hasta el siglo XIII, predominaba el pensamiento platónico en Europa, por influencia sobre todo de san Agustín. El desconocimiento de la obra de Aristóteles era prácticamente total. Sólo se conocían partes de la Lógica por los comentarios de Boecio (V-VI). Hacia 1140 los maestros y estudiantes de las escuelas de París se habían habituado a hablar de una logica nova, basada en todo el Organon de Aristóteles, y de una logica vetus, aquella que durante siglos se enseñó con el respaldo precario de sus dos primeros libros y los escritos complementarios de Boecio.

Durante sus conquistas, los árabes tomaron contacto con los últimos reductos de la cultura griega en Siria, donde algunos intelectuales cristianos habían traducido al sirio textos originales de filósofos griegos. Tanto del sirio como del griego, se traducen al árabe obras originales y comentarios de Aristóteles, surgiendo una especie de filosofía árabe-aristotélica con residuos platónico. Avicena (s. X) fue el máximo representante de este aristotelismo árabe platonizado. Averroes (XII) Fue el primer ejemplo de aristotelismo puro. Escribe los primeros comentarios a obras de Aristóteles sin adherencias platónicas. A través de los árabes se despertó en Occidente la curiosidad por el aristotelismo. En el s. XII se traducen directamente del griego al latín las obras de Aristóteles. Surgió así el averroísmo latino. 



Tesis:
a. El mundo es eterno (en evidente contradicción con la doctrina creacionista cristiana). Según Aristóteles, Dios es el motor inmóvil que mueve eternamente un mundo también eterno. Dios ni siquiera conoce el mundo (a diferencia del demiurgo platónico).
b. El alma individual de cada hombre no es inmortal, sino corruptible y perecedera. Sólo el entendimiento agente, común a todos los hombres, es inmortal. Y negar la inmortalidad del alma supone rechazar toda la doctrina cristiana de la salvación.
c. Existen dos verdades: la teológica -fe- y la filosófica -razón-. De este modo podían conciliarse tesis opuestas sobre el alma.

Los representantes de esta corriente fueron condenados por la jerarquía y expulsados de la universidad de París (Sigerio de Brabante fue condenado a cadena perpetua).

Los medievales quedaron deslumbrados por la ciencia aristotélica. El conjunto rigurosamente ordenado de razonamientos, basados en la demostración silogística, se consideraba como la forma suprema del saber humano. A franciscanos y dominicos se les había dado la misión de hacer posible la unidad de fe y razón, para lo cual era indispensable alterar el pensamiento de Aristóteles. Los dominicos asimilaron plenamente el nuevo ideal de la ciencia, y afirmaron que la teología revelada era ciencia en el sentido aristotélico del término, pues de otro modo no podría ser colocada en la cúspide del saber humano. Los franciscanos, en cambio, respaldados por la tradición teológica agustiniana, se opusieron firmemente a la sustitución de la sabiduría por la ciencia en la comprensión de la teología revelada.

En 1277, Esteban Tempier, obispo de París, condenó como heréticas un total de 219 proposiciones, entre las que se contaban, junto a las propiamente averroístas y aristotélicas, otras debidas a santo Tomás. La condena, al menos parcial, del pensamiento tomista raramente se acató. Los más favorables a hacerlo fueron sin duda los franciscanos, que llegaron a desaconsejar públicamente el uso de la "Summa Theologica". En cambio los dominicos pusieron muy pronto en cuestión la condena de 1277. El levantamiento de dicha condena se consiguió al fin en 1323, coincidiendo con la canonización por Juan XXII de santo Tomás.

En el siglo XIV se desconfía de las grandes síntesis teológicas del siglo XIII. Las limitaciones del poder de la razón frente a la revelación, que ya aparecen en santo Tomás, se acentúan. No es aconsejable recurrir a la razón para fundamentar el dogma. La separación entre razón y fe es paralela a la separación entre la Iglesia y el Estado.

El nominalismo de Guillermo de Okham es la base de esta separación. Se parte del individuo, no hay esencias distintas de los individuos. No es necesario el entendimiento agente, no hay intermediarios entre el sujeto y el objeto, ni entre Dios y las criaturas. El objeto conocido se relaciona directamente con nuestra facultad de conocer. Toda existencia depende de la voluntad absoluta de Dios. Dios crea el mundo con absoluta libertad. Si las esencias dependen de las ideas eternas se niega la libertad de Dios. Dios no crea las cosas porque son buenas, son buenas porque El las crea.

La teología debe entender a Dios tal como se ha revelado. La teología debe ser autosuficiente, no tiene que recurrir a la filosofía. La razón tiene como misión explicar el mundo. Para conocer el mundo debemos recurrir a la experiencia, pues Dios lo ha creado con absoluta libertad. Las pruebas de la existencia de Dios carecen de valor demostrativo, sólo son argumentos probables. Pues el principio de causalidad y la imposibilidad de una serie infinita de causas no son evidentes. Además aunque se pudiera probar la existencia de un motor inmóvil, no es seguro que ese motor sea único ni que coincida con Dios. Tampoco se pueden probar racionalmente los atributos divinos. En Dios no hay entendimiento o voluntad, sólo son nombres que damos a la esencia divina partiendo de sus efectos.

La ética queda desvinculada de cualquier principio racional, como la ley natural. Todos los preceptos morales dependen de la voluntad divina. Un acto es malo simplemente porque Dios lo prohíbe. Dios podía haber creado un orden moral en el que el robo, el crimen y el mismo odio a Dios hubieran sido actos meritorios.

martes, 17 de enero de 2012

El mito de la Taberna.

Hay algunos 'chistes' o 'guiños' recurrentes con que a veces suavizamos la densidad de nuestras clases... Como cuando en lugar del platónico mito de la caverna hablamos del mito de la taberna...

El pasado 9 de enero se abrieron y cerraron, en un juzgado de El Salvador, diligencias judiciales por el asesinato en 1975 del poeta y pensador salvadoreño Roque Dalton.
Exiistió un crimen doloso y condenable, pero que al no ser de lesa humanidad, ha prescrito.

El acontecimiento trae por un momento a la actualidad la figura del escritor y, con ella, algunas de las reflexiones que sobre él se han hecho en los últimos años.

Entre ellas, precisamente, una que lleva por título el de ese chiste filosófico que hacemos... aunque en este caso rememora el título de uno de los libros de Roque Dalton.

Un poeta, dicho sea de paso, cuya obra ilustra muy pero que muy bien las reflexiones que sobre la relación poesía y filosofía vienen salpicando algunos de nuestros cursos.

Invitamos desde aquí a descubrirlo.



El mito de la Taberna

Luis Alvarenga
cartas@elfaro.net


Roque Dalton sigue provocando pasiones en El Salvador. Lo prueba la impresionante cantidad de artículos, columnas, entrevistas, etcétera, que se ha dado a la publicidad en las últimas semanas. En medio de esa nueva oleada de interés por el poeta se sitúa mi libro El ciervo perseguido, que propone un esbozo biográfico sobre Dalton. Creo que es hora de comentar algunas opiniones emitidas en todo ese conjunto de discursos acerca del poeta.

No puedo menos que empezar aludiendo a la opinión de algunos comentaristas sobre mi trabajo. Se me acusa de perpetuar el mito daltoniano. Mal que les pese a muchos, no estoy aquí para desmentir esa acusación, sino para confirmarla. El mito de la Taberna, como podríamos llamarle, «goza de buena salud». Y prueba de ello es el interés que comentábamos al principio.

La aversión hacia los mitos es una característica acendrada en la cultura occidental, y esto es tan antiguo como Platón. La Modernidad exaltó el totalitarismo de la Razón, bajo el argumento de que solamente la Razón era capaz de llegar a la Verdad. Así, mito y poesía quedaron en los márgenes. Su presencia disolvente, sus ambigüedades, atentaban contra la Razón. Se olvidaba que tanto el mito como el poema tenían algo en común con la Razón: eran discursos sobre la realidad, es decir, eran maneras de aproximarse a la realidad, de buscarla, de perderla, de aludirla, de evitarla. Se olvidaba también que el mito obedecía a la sed humana de interrogarse sobre sus orígenes y de ensayar una explicación provisoria, humilde, sin las grandes certidumbres de la ciencia. De materia humilde y fugaz era el mito, al igual que la poesía.

Y sin embargo, el mito se colaba en el imperio de la Razón. Más bien, la Razón creaba sus propios mitos a pesar suyo: la fe en el progreso, la fe en la ciencia, todas esas cosas que se suponía iban a redimir a las personas. La Razón humana tomaba el trono que los dioses del panteón mítico habían abandonado al desertar hacia los márgenes de la vida. Pero los mitos de la Razón eran peligrosos: escondían la semilla de nuevos absolutismos y perfeccionaban la historia sacrificial, el sacrificio del ser humano en los altares del progreso, de la razón, etc., de la cual nos advirtió María Zambrano.

Por eso, la acusación de que mi libro sigue avivando el mito de Dalton me suena a halago. Quizá esa fue una de las pasiones que alimentó su escritura. El mito de la Taberna es el mito del poeta que ansía fundir poema y vida, cultivando sus contradicciones y exaltando la multiplicidad de sus rostros. Me extraña que uno de los ex compañeros de lucha de Roque, precisamente el dirigente de una organización que reivindicó al poeta casi al nivel de estandarte político, critique el que de Dalton se hagan «mitos y mitotes». Para mi sorpresa, me doy cuenta de que mitote no es en absoluto el aumentativo de mito, sino que es una palabra de origen nahuatl, que significa, literalmente, bailarín, y que más bien alude a «cierta danza indígena, en la que sus integrantes, asidos de las manos, formaban un gran corro, en medio del cual ponían una bandera, y junto a ella una vasija con bebida, de la que, mientras hacían sus mudanzas al son de un tamboril, bebían hasta que se embriagaban». Hombre, si hacemos de Dalton una fiesta —si es sin banderas, mejor—, digna de hacernos danzar y embriagarnos, al son de la música de sus versos, creo que le haríamos un homenaje que el poeta recibiría con mayor gratitud que todos los libros, alegatos y condecoraciones postmortem que le hemos hecho. También es sabido que mitote quiere decir pleito, disturbio. Es válido: Roque sigue siendo perturbador y subversivo. Es parte del mito de la Taberna.

Hecha esta digresión, quedamos en que el mito tiene esa aura de penumbra, propia de la poesía, y que nos comunica con otra manera de saber las cosas. Para mi descontento, no veo que esto se encuentre a las bases de los señalamientos mencionados. Más bien, se me acusa de mitificar a Roque por abordarlo, entre otras cosas, como hombre político. Me parece imposible hacer una labor elemental de ponderación de la figura daltoniana si evitamos, como quien evita una enfermedad que nos cubrirá de vergüenza, abordar el tema de sus preocupaciones políticas. Algunos sólo admiten que se hable de las ideas políticas de Dalton sólo para atacarlas. A eso le llaman desmitificar a Roque. Crasa desmitificación, porque de entrada establece cotos vedados y zonas de visita, como si se tratara de un parque de animales salvajes, en el cual uno puede ver a los leones siempre y cuando sea a bordo del autobús, y con un amable guía que recuerda a la concurrencia los hábitos alimenticios de estos simpáticos animales. (También hay zonas de recreo: en el caso de Dalton sería reducirlo a los episodios simpáticos o morbosos de borracheras y líos de faldas). Al definir a priori, de una vez y para siempre, qué es lo que se puede leer de Roque y cómo se debe leer, se continúa con la demonización del poeta. El Roque político quedaría fuera de toda consideración. Pero, ¿cómo se puede entender a Roque sin un aspecto que aparece como central en él?

No considero haber escrito la última palabra sobre Roque, y creo haberlo dejado suficientemente en claro en el prólogo de mi libro. Me llama la atención que algunos pretendan hacerlo en nombre de la verdad histórica. No me refiero, por supuesto, a la legítima demanda de la familia Dalton Cañas, de exigir el total esclarecimiento de los hechos que culminaron con el asesinato del poeta, cosa que estimo tan necesaria para El Salvador como la clarificación de las circunstancias en que miles de personas desaparecieron durante los años de la guerra. Me refiero, más bien, a las explicaciones que se están barajando en estas semanas. Los discursos han variado con el tiempo. De una aceptación y justificación de los hechos, se ha pasado en matizarlos con la excusa de los famosos «errores de juventud». Se pretende racionalizar y hasta legalizar algo que fue una ejecución simple y llana con el argumento del «juicio», aunque hay que recordar que antes no se hablaba de tal proceso judicial, sino de una decisión colectiva de las instancias de dirección de la organización en que militaba Roque. Entre un juicio y una decisión vertical hay una gran distancia, aunque el resultado sea el mismo. Hablar de juicio es admitir una truculencia mayor que la de una simple decisión vertical, truculencia comparable a los Procesos de Moscú, donde el recurso de «juzgar» a individuos non-gratos para Stalin racionalizaba las ejecuciones.

Y ya que hablamos del viejo Josef Dzugazhvili, tengo la impresión que muchas veces se busca exaltar el fantasma del estalinismo criollo, con fines nada diáfanos. Es cierto que la antigua guerrilla cometió atrocidades, eso no hay quien pueda negarlo. El problema es manejar el tema de la ejecución de Dalton, sin que se aporten datos esclarecedores (ya sabemos lo fundamental: quiénes decidieron matarlo) y exacerbarlo al máximo como para que todo el mundo sepa que la izquierda es siempre cruel. El peligro es que se puede llegar a olvidar que Roque no fue víctima tan sólo de las atrocidades de un grupo izquierdista, sino que también fue perseguido político y que sobre su cabeza pendía una sentencia de muerte, no de la izquierda, sino de la dictadura militar que padeció este país. Pero, claro, al utilizar el tema de su ejecución fuera de contexto, muy fácilmente se puede arribar a la conclusión de que cualquier proyecto de izquierda está deslegitimado. No hay que olvidar que la derecha sonriente de ahora sigue cantándole, talvez con menos volumen, al exterminio de los rojos.

Por eso me parece necesario abordar a Roque Dalton en toda su complejidad, sin descartar ningún aspecto de su vida y de su obra. No me parece que éstas sean el paradigma de nada: simplemente creo que hay que rescatar su talante cuestionador —que lo hizo «el más apto para ser odiado», por izquierdizantes y por militares: por los conservadores de todo pelaje— y quedarnos con sus preguntas, más que con sus respuestas.